Todos podemos hacer más de lo que nos creemos capaces
Por César Tánchez
Hace poco di una charla a más de 40 madres de 4 empresas diferentes. El tema era compartirles consejos sobre cómo tener un adecuado balance entre el tiempo dedicado a si mismas, la familia y el trabajo. Un tema genial y apasionante.
Al inicio estuve renuente de dar la conferencia, ya que me acercaba a un viaje que me apartaría por algún tiempo de la oficina y esto ocasionaba que mi agenda estuviera bastante cargada. Pero finalmente acepté y preparé el material.
Todo estaba bajo circunstancias normales, hasta que el día anterior me quedé sin voz. Leíste bien, el expositor se queda sin voz a horas de la charla. Tomé los medicamentos que se me ocurrieron, tomé las "pócimas" de abuelitas que según ellas son infalibles, con la esperanza de recuperar mi voz.
Son las 06.30 am, la charla inicia en una hora y media y mi voz está igual sino peor. Apenas puede escucharme mi esposa a centímetros de mi. Tomo un chocolate caliente y un poco más de la pócima de abuelita pensando que haría en minutos el efecto que no se logró en horas.
Llamo al restaurante donde es la reunión para pedirles detalles del lugar, y lo que me dicen es que es un salon abierto y que no dispondré de micrófono. Las complicaciones se siguen apilando. En ese momento me recuerdo de una frase que recién había leído del libro Triunfo de Robin Sharma donde decía que podemos perder un millón de veces, pero que no demos una sola excusa. Inmediatamente repliqué en mi mente, de que excusa estamos hablando? No tengo voz! No importa que tan bueno sea lo que pueda transmitir si no me pueden escuchar.
Finalizo mi bebida caliente a 45 minutos de que inicie la charla y junto con mi esposa hacemos una oración pidiéndole a Dios que haga un milagro, ya que no había otra forma de llamarlo. Si bien al terminar mi oración no vi un cambio en mi voz, si logré bajar un poco la tensión que tenía en ese momento.
Me dirijo hacia el lugar de la conferencia con la expectativa de ver un milagro, de repente pensé que el milagro podría ser que se canceló la reunión, algo que inmediatamente quedó en un pensamiento al ver el lugar totalmente lleno. Hablo con la persona que me solicitó la charla, le cuento mi situación indicándole que haría mi mejor esfuerzo, pero que no podía garantizarle que mi voz podría durar mucho. Fui muy positivo al decir mucho, ya que realmente no pensaba que duraría ni cinco minutos.
Mientras me presentaban, sólo podía pensar en la situación tan inusual y difícil que me tocaría enfrentar. Siempre me ha gustado hablar en público, disfruto la adrenalina de poder trasladar ideas de valor a las personas, pero nunca lo había hecho desde una dificultad similar. Estaba totalmente fuera de área de comodidad, no sólo tenía que concentrarme en trasmitir las ideas, sino en el esfuerzo físico a realizar por un poco más de una hora.
Llega el momento, me introducen a la audiencia acompañado de los aplausos de aprecio y consideración, al saber la audiencia que mi voz no estaría a tope. Presentarme fue suficiente para captar su atención, parecía que estaba diciéndoles un secreto (aunque gritaba con todas mis fuerzas), sus miradas se acercaban con mucha atención, conscientes que si no tenían toda su concentración en escuchar mi susurro, se perdería del mensaje que había preparado para ellas.
¿Cuánto tiempo iba a poder "gritar"? sólo había una forma de averiguarlo, gritaría con todas mis fuerzas hasta que literalmente no pudiera hablar! Pasaron cinco minutos eternos, que se convirtieron en 15, 30 y finalmente 60. Lo había logrado! Había podido dar la charla completa y mi audiencia fue genial, estuvieron conmigo todo el tiempo, y sin expresar una palabra me infundieron ánimo para lograrlo.
Quiero pensar que lo que pude compartirles en mi charla les será de utilidad, pero de algo estoy plenamente seguro, yo si que aprendí una importante lección. Que si bien Dios nunca nos abandona, si permite que pasemos circunstancias difíciles que nos estiran de nuestra área de comodidad. Nos muestra que podemos mucho más de lo que creemos que somos capaces.
Terminé agotado con la camisa completamente mojada por el esfuerzo realizado, algo que gracias al saco pudo ser mi secreto. Física, mental y emocionalmente exprimido. No deseo pasar nuevamente por una experiencia similar, pero he salido muy fortalecido de saber que siempre somos capaces de dar más.
Al inicio estuve renuente de dar la conferencia, ya que me acercaba a un viaje que me apartaría por algún tiempo de la oficina y esto ocasionaba que mi agenda estuviera bastante cargada. Pero finalmente acepté y preparé el material.
Todo estaba bajo circunstancias normales, hasta que el día anterior me quedé sin voz. Leíste bien, el expositor se queda sin voz a horas de la charla. Tomé los medicamentos que se me ocurrieron, tomé las "pócimas" de abuelitas que según ellas son infalibles, con la esperanza de recuperar mi voz.
Son las 06.30 am, la charla inicia en una hora y media y mi voz está igual sino peor. Apenas puede escucharme mi esposa a centímetros de mi. Tomo un chocolate caliente y un poco más de la pócima de abuelita pensando que haría en minutos el efecto que no se logró en horas.
Llamo al restaurante donde es la reunión para pedirles detalles del lugar, y lo que me dicen es que es un salon abierto y que no dispondré de micrófono. Las complicaciones se siguen apilando. En ese momento me recuerdo de una frase que recién había leído del libro Triunfo de Robin Sharma donde decía que podemos perder un millón de veces, pero que no demos una sola excusa. Inmediatamente repliqué en mi mente, de que excusa estamos hablando? No tengo voz! No importa que tan bueno sea lo que pueda transmitir si no me pueden escuchar.
Finalizo mi bebida caliente a 45 minutos de que inicie la charla y junto con mi esposa hacemos una oración pidiéndole a Dios que haga un milagro, ya que no había otra forma de llamarlo. Si bien al terminar mi oración no vi un cambio en mi voz, si logré bajar un poco la tensión que tenía en ese momento.
Me dirijo hacia el lugar de la conferencia con la expectativa de ver un milagro, de repente pensé que el milagro podría ser que se canceló la reunión, algo que inmediatamente quedó en un pensamiento al ver el lugar totalmente lleno. Hablo con la persona que me solicitó la charla, le cuento mi situación indicándole que haría mi mejor esfuerzo, pero que no podía garantizarle que mi voz podría durar mucho. Fui muy positivo al decir mucho, ya que realmente no pensaba que duraría ni cinco minutos.
Mientras me presentaban, sólo podía pensar en la situación tan inusual y difícil que me tocaría enfrentar. Siempre me ha gustado hablar en público, disfruto la adrenalina de poder trasladar ideas de valor a las personas, pero nunca lo había hecho desde una dificultad similar. Estaba totalmente fuera de área de comodidad, no sólo tenía que concentrarme en trasmitir las ideas, sino en el esfuerzo físico a realizar por un poco más de una hora.
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Espero te sea de ayuda y bendición.
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